Perú – Colombia: Las tragedias se repiten en países hermanos.
Los desgarradores acontecimientos que en este momento golpean el norte de nuestro país me devuelven a la memoria la desgarradora historia de Omaira.
En 1985, la niña Omaira Sánchez Garzón vivía con su
familia en el barrio Santander, a unas cuadras del parque principal de Armero, conocido como la Ciudad Blanca por ser centro productor de algodón.
Por entonces era próspero: tenía 5 bancos, 9 colegios, 2 emisoras, 2 hospitales; bodegas de algodón, café y maní; trilladora, molino de arroz, pista de fumigación, estación de tren y todos los servicios básicos para sus 50.000 habitantes.
«La niña era juiciosa y decía que su sueño era que el mundo la conociera por las danzas folclóricas que tanto le gustaban», recuerda uno de sus tíos, Édgar Domínguez.
Estudiaba en el colegio La Sagrada Familia y la noche del miércoles en que todo acabó permanecía en casa con su padre, su hermano menor, una tía y la hija de esta de dos meses de nacida.
Aleida, la madre de Omaira, estaba en Bogotá. Había ido a reclamar un certificado que necesitaba.
Era enfermera del hospital San Lorenzo, de Armero, y esa noche pensaba regresar, pero el retraso en la entrega del documento la salvó de volver y morir sepultada por la avalancha.
Fue una tragedia de muchos muertos, pero todos se resumen en un rostro: el de Omaira Sánchez Garzón, la niña de 13 años que durante 72 horas luchó atrapada entre el lodo hasta que su cuerpo no resistió y murió ante los ojos de socorristas y periodistas de todo el mundo.
Sus imágenes aún causan dolor: la muestran impotente, con el agua hasta el mentón, aferrada a un trozo de madera tratando de salvarse como un náufrago en medio del océano.
Ese fue el drama de Omaira, una bella niña de cuerpo menudo, cabello corto ensortijado, quien quien se aferró a la vida por poco más de 72 hora entre todo el fango que sepultó a su pueblo.
Una triste historia que a pesar de parecer ficticia nos muestra lo dura que puede ser la vida, ahora ver estos sucesos similares en nuestro país nos desgarra el corazón y hace brotar en nuestras cabezas el pensamiento de: ¿Que aprendimos del caso de Omaira? ¿Cuándo estaremos preparados para responder con rapidez y eficacia? Sobre todo ¿Hasta cuándo seguiremos padeciendo de la incompetencia de nuestras autoridades?.